Un relato llegó por sí mismo, hay quienes le llaman coincidencia. Ocurrió hace 75 años, en una escuela primaria en Tacubaya. La joven coreógrafa experimentaba con cuerpos no entrenados una suerte de musical sobre muñecos holandeses, o algo así. Esta desconocida historia resulta fascinante por asomar todo lo que está al margen de los archivos oficiales, por estallar la imaginación a los que, como éste, siguen bajo el polvo, en la memoria de los cuerpos. Especula y recrea aquella coreografía escolar, de la cual no quedan más que vestigios encarnados entre unos hermanos octogenarios ajenos a la danza, otros cuerpos coreografiados por Guillermina. Se cuestiona sobre esos otros cuerpos que, consciente o inconscientemente, aún ahora, siguen siendo movidos, singularmente, por ella. Una bailarina-legado y su hijo, performer-iluminador; una estudiante de danza; una actriz que goza libremente de la danza; una butoh-ka y su pequeño hijo, para quien quizá esto, se vuelva un relato; y Ernesto, aquél que a los 5 años, fue atravesado por Guillermina. Somos estos cuerpos los que invocamos un homenaje, en heterogénea y múltiple relación de potencias e intensidades.
Proyección digital.